Un día, cuando tenga un turro de billetes, tomaré un taxi y un avión y llegaré hasta allá, donde tus pies tienen raíces ahora. A tu paraíso de olores y música, de catedrales donde la belleza provoca visiones de la muerte. A tu tierra de gatos y columnas viejas.
Y allá, vivo o muerto, te buscaré.
Y si muerto, me sentaré junto a tu tumba con un café, un cigarro y dos naranjas. Tomaré café en tu nombre, fumaré y, pelando naranjas hablaremos de Oliveira, de Bandini, de Jarmush. Como quien cuenta un cuento dulcemente, junto al lecho de un niño que no quiere dormir, te hablaré. Pero cada tanto guardaré silencio para escuchar tu voz. Y seré como una loca, como he sido, pero no importará porque eso es lo que hace la gente con los muertos. Amarlos como si existieran.
Luego me iré de ahí sin derramar una lágrima, porque no conocí más de ti que tu amor.
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