lunes, 11 de abril de 2011

jacinta

Un día temprano llegó la Jacinta al boliche. Venía agitada y con sonrisa infinita-contenida. "¡Acabo de soñar con el hombre de mi vida!", me dijo, "lástima que tenía esposa y amante... y vivía en Finlandia... y quería ser cura... y estaba condenado a muerte... y era maricón."
Dicho esto, sacó de su cartera un rouge, se hizo la boca y abrió la jaula de besos.

2058

Cuando ya no quedaba nada y no existía pobreza porque pobres éramos todos, dormíamos en camas comunes y copulábamos para perpetuar la extinción de una especie, sin pudor.

Bastardos, lamíamos la cal de las paredes buscando la sal del mar.

Desesperados, desenterrábamos tesoros en los patios de antaño, escarbando bajo la sequedad de la tierra en la que un día hubo naranjos, manzanos, ciruelos.
Y nuestros tesoros eran peinetas, boletos de bus, hebillas de zapatos, botones.

Felices, apostábamos con ellos riendo bajo el efecto etílico de un destilado de desechos, con las encías desnudas, satisfechos por tener, aún, el vicio.

En las noches había un silencio que nunca antes en la tierra se había sentido. Era el murmullo de la eternidad y sobre él, el andar de las cucarachas.