Las calles de Talca son oscuras y en invierno frías. Las calles se cubren con una niebla espesa que brota toda de los alientos alcohólicos y se mezcla con el humo de las mismas bocas, en las mismas noches oscuras y frías. Las calles de Talca estaban llenas de grietas, de los más bellos mosaicos formados por adoquines viejos y patrones accidentados. Las calles de Talca gritaban "¡Escombros!" y ya eran trueno cuando Talca tronó.
Como antes de partir a un viaje exhorbitante, fue un trueno más bien silencioso al despertar. Tambores explosivos, tren escandaloso. Tren furioso de lado a lado y marea de tierra después de la tormenta, con sonido de bajos y tintineo de vasos.
Luego el silencio, el temblor en la piel, la espera muda y el respiro.
No es posible saber si después del temblor viene el trémulo o si es a la inversa.
Mi abuela, un fantasma, está ahí y sopla al oído "Esto va a pasar".
Para algunos no pasó, para otros sigue temblando, o bien es su corazón que se agita.
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