domingo, 22 de febrero de 2009

que no creo

Dices que yo no creo.
¿Qué nombre puedo darle a la fe que me compone y me sobrepasa? ¿Te parece que mis lágrimas son infieles? ¿Ves incredulidad en mi risa? Creo en todo lo que es porque existe. En todos los que creen y en lo que creen, aun cuando no saben que están creyendo. En el agua que entramos por la boca y sacamos por los ojos; en el amor que traemos envuelto en gasas quirúrgicas; en los ojos de los hijos; en las manos de los padres; en la luz de los colores que me encandilan cuando despierta la primavera. Y así creo en la caída del invierno sobre la gente expectante de luz, congeladas las lágrimas que se derretirán con el calor del sol en agosto. Y creo en lo que es divino: en la taza de té y en los adoquines de la vereda. En el árbol del camino y en el grillo que oigo sonar lejos, mucho más allá de la ventana. Y creo en el dolor y en la ingobernable felicidad. En la risa. creo en mi muerte y en el brujo poder de las palabras. No me pregunto ya quién me hizo; si vengo del maíz, de aquella costilla o de la cabeza demente de un dios pagano. Porque ya estaba aquí cuando empezó, así como todos estábamos (antes que Dios). Como estaban las piedras y los zapatos, las máquinas y el polvo. Como estaban los infieles y los descreídos y como estaban los curas, que escondían la culpa por debajo de la sotana.

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